Es hora de considerar que la fuerza de nuestros oponentes deriva, al menos hasta cierto punto, de sentimientos similares a los que animaron la Guerra de Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa: de frustración y exclusión respecto del sistema predominante.
La incapacidad de Occidente para alentar a los gobiernos árabes a instituir, proteger y mejorar derechos de propiedad para sus ciudadanos (además de proveerles de medios) creó un vacío que no tardaron en ocupar los nacionalistas románticos de la región y su progenie terrorista, que ahora está enviando sus militantes a Europa. Claro que estos fanáticos no podrán mejorar el nivel de vida de los pobres ni mucho menos; basta observar el gobierno abusivo del denominado Estado Islámico en su autoproclamado califato. Pero en un clima de privación y frustración, es fácil conseguir adherentes con promesas falsas.
Si Hollande, el próximo presidente de Estados Unidos y sus aliados árabes quieren detener el terrorismo, deben presionar a los gobiernos de Medio Oriente (y ayudarlos) para que provean a sus pueblos de protecciones que les permitan expresar su potencial y prosperar en el mercado global en condiciones de igualdad. Es lo que hicieron los revolucionarios estadounidenses y franceses. Y es la forma más segura de quitarles a los extremistas el atractivo del que depende su existencia.
Para leer el artículo completo, por favor visite El Espectador.